Entrenar artes marciales después de los 40s.
Soy de los “locos” que entrenan artes marciales después de los 40s. Lo admito.
Todos los días me levanto con un dolor diferente en zonas del cuerpo que no sabía que existían. Dolores lumbares, de articulaciones, de pelo, y hasta de conciencia. Me miro al espejo y veo a un individuo “despelucado”, con unos hilos de plata perfilándose en mis sienes y unas ojeras que me hacen sentir como todo un panda matutino.
Después de un “duchazo relámpago”, empiezo esa rutina diaria de ayudar con los niños, la casa, trabajar y rápidamente me hundo en ese hoyo negro que absorbe hasta la luz. Si eres joven, seguramente no sabes de que estoy hablando, pero pregúntale a un padre de familia que sea mayor de 35 años y el te ilustrará en dos minutos de lo que estoy hablando.
Pero continuemos con esta historia de todos…
Se te olvidan tus males y te metes en cuerpo y alma en la lucha diaria. Al final de la jornada laboral sientes de repente como si te cayera un bulto de cemento en los hombros. Si por la mañana todo dolía, a esta hora, dan ganas de “tirar la toalla”.
Solo deseas apagar el computador, lidiar con el tráfico de vuelta, llegar a casa, interactuar con la familia y al final caer en “bombita” en los brazos de Morfeo.
Me atrevo a decir que esto se cumple para el 75% de la población actual. Una minoría saca las fuerzas para hacer algo de ejercicio en la mañana y los otros en la noche. No es fácil pero afortunadamente, el cuerpo es agradecido y ese ejercicio se nota.
No se imaginan lo que es salir para el dojo a las 6 de la tarde. Sabiendo que posiblemente lo van a golpear, o le van a “pegar una ordeñada” donde le sacarán hasta la última gota de sudor. No es fácil. Además, la tendencia es interactuar con muchachos entre los 15-25 años que, si lo piensan, están en su pico físico. En su caso, usted ya pasó por ahí hace mucho tiempo y todo parece estar en su contra.
¿Que sucede cuando entro al dojo?
PEEEROOOO cuando piso el dojo y hago mi saludo de rigor, en un 95% de las ocasiones, los dolores desaparecen. Los pensamientos negativos se van y me sumerjo en una hora y media en donde el mundo y sus problemas NO existen. Es mi hora y media del día y no solo combato contra estos jóvenes, mi principal rival soy yo mismo y “la carga” con la que llego a entrenar. Les soy sincero, a veces el entreno es tan intenso, que necesito el día siguiente para recuperarme, pero, aun así, la sensación de hacer algo que muy pocos hacen y lo principal, que me gusta, no tiene precio.
Al terminar mi entreno, mi condición mental es otra. Siento la brisa de la noche, tengo la cabeza fría para disfrutar el momento como tal sin pensar en lo que sucedió durante el día. Llego a mi casa “rendido” pero con una sonrisa en mis labios y feliz de ver a mi familia. Ellos también aprecian mi estado de animo. Y así, después, puede caer en “bolita” en los brazos de Morfeo hasta el siguiente día.
Y si lo ponen en duda, miren esta entrevista a este practicante.